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Llega la hora de rendir un pequeño homenaje a los que no tienen nada, mirándonos en el espejo de lo que ocurrió en los años 40 y 50 del siglo pasado, cuando llegaba la hora de comer y había que cocinar, eran unos años en los había escasez de alimentos.
Deberíamos ir tomando contacto con la cocina económica y de subsistencia, y así ir entendiendo como, cuando hay escasez, se puede conseguir mucho o lo que es lo mismo, cómo en nuestra sociedad de consumo se tira a la basura tanto alimento aprovechable que se podría alimentar a todos esos pueblos del Tercer Mundo. Esta necesidad, hizo que la guerra y la posguerra fueran tiempos propicios para la creatividad culinaria.
Lo único que no escaseó en España fue el vino y, además, de vez en cuando, aparecían en el mercado algunos productos en cantidades considerables, como boniatos, castañas, arroz y, en alguna ocasión, sardinas en salazóns, algarrobas, bacalao, trigo tostado, carne de membrillo, altramuces, la gelatina que se convirtió en caprichos de chavales, algo así como lo que hoy se conoce como “chuches”, no había mucho pescado, salvo en los sitios de costa…
El pan con aceite era una merienda frecuente, unas veces se añadía azúcar, otras sal o pimiento colorado. La imaginación tuvo que funcionar para inventar comida con bazofia como por ejemplo: la tortilla de patatas sin patatas ni huevos que se hacía con la parte blanca de la piel de naranja que se recortaba y se ponía en remojo como si fueran patatas. El huevo se remplazaba por una mezcla de harina, agua, bicarbonato, pimienta molida, sal, aceite y colorante para dar la ilusión del color de la yema de huevo, «calamares de la huerta sin calamares, eran simplemente aros de cebolla rebozados con huevo y harina estos son algunos de los platos cuyo solo nombre refleja las penurias que se pasaban.
Un plato muy humilde, pero muy rico en sabor, que se convirtió en un clásico diario de la posguerra fueron las “sopas de ajo”, compuestas como casi todo el mundo sabe con restos de pan duro, agua, ajo, aceite y pimentón, elementos que están presentes en toda cocina española que se precie y por muy poco dinero.
Otro de los guisos más tradicionales, especialmente en Valencia, ha sido el denominado arròs “passejat”, (arroz al horno) el cual recibe su nombre por el trayecto que realizaban las madres y las hijas con la cazuela de barro sostenida entre los brazos hasta al horno, para poder cocerlo, ya que las casas carecían de este elemento.
Hoy han pasado unos cuantos años y, sin recurrir a los dichos que fueron populares durante los años 50, 60 y 70, referentes al hambre que se pasó durante la guerra y la posguerra, no está de más que reconsideremos nuestra actual forma de aprovechar y utilizar los alimentos, sobre todo cuando entre nosotros o en países muy cercanos al nuestro, sigue existiendo un hambre muy parecido al que nosotros mismos o nuestros antepasados más próximos padecieron.
Lo cierto es que comemos mejor que comían nuestros abuelos y peor que comían nuestros padres en los años 80.
Cuando vamos a los supermercados llenos de miles de productos diferentes no nos damos cuenta de lo privilegiados que somos y lo que han cambiado las cosas en menos de 100 años.
El cine fue para los espectadores de la posguerra una inmensa ventana que ampliaba el horizonte, mostraba otras vidas, otros lugares posibles y llenaba de emociones que hacían desaparecer el color gris cotidiano, aunque tan sólo fuera una vez por semana: los domingos;
Prepararse para ir al cine suponía todo un ritual: había que elegir película (una sesión continua de dos o tres proyecciones o ese estreno tan esperado), quedar con los amigos a una hora, temprana a ser posible para «coger buen sitio», y comprar un cucurucho de pipas y por último llegaba el maravilloso momento en el que penetrábamos en la medio penumbra del patio de butacas con sus sillones de madera tan incómodos y cómo no, ese insoportable olor a zotal! , un desinfectante que ahuyentaba al insecto o parásito más provocador, también estaba la figura del acomodador que con su linterna, a través de los pasillos a oscuras nos conducía a los asientos libres, mientras aparecía en pantalla el implacable NO-DO, y qué recuerdos con aquellos programas de mano que nos daban a la entrada al cine con una imagen del cartel de la próxima película por un lado y un pequeño resumen del argumento por otro, tanto los programas como los carteles tenían mucha importancia, ya que en esta época no había medios de comunicación audiovisuales y la decisión final de entrar en el cine estaba motivada por estos dos elementos y la recomendación de otras personas.
Mientras duraba la proyección, se vivían unos momentos de maravillosos sueños que volvían a la cruda realidad cuando aparecía la palabra “FIN” en la pantalla. Los espectadores estaban inmersos en la escena de la película de “Casa Blanca” o en “el Halcón Maltés”, lejos quedaban los vestidos de Lauren Bacall, Verónica Lake, el atractivo perfil de Gregory Peck con el que la que la mayoría de chicas soñaban cuando volvían a casa, o las exuberantes siluetas de Kim Novack o Rita Hayworth con las que se encontraban los muchachos en sus sueños.
Las comedias americanas eran muy divertidas e intrascendentes, donde no había frases lapidarias y el amor era uno de los temas principales en contra de las películas españolas de producción nacional que estaban llenas de caras varoniles, gitanas de peineta y mantón, en definitiva, era la tradición española la que dominada en el cine.
Los cines de posguerra eran lugares lúgubres donde los novios perdían los brazos y donde los ojos censores, que todo lo querían ver, se volvían tuertos gracias a la oscuridad que precisa la proyección en público. Ir al cine, entre otras actividades, formó parte de la crónica sentimental de estas generaciones y cómo se convirtió en el «refugio ideal de los novios y lugar respetable». Había una bonita rima que bien podría resumir el sentir popular que se tenía alrededor de este sitio:
“Mi novio me lleva al cine
Y me lleva a gallinero
Y me mete por detrás,
Así no nos ve el portero”.
Para todos nosotros, el cine sigue siendo el material con que se tejen los sueños. Suponía una carga de sueño e ilusión frente a la realidad de cada día que, vista hoy, puede parecer risible pero entonces era muy dura y divertido, sí, porque el pasado visto con sentido crítico se convierte en comedia aunque aquello fuese un drama.
De los años 40 a los 50 con las carreteras maltrechas y racionamiento de combustible, el panorama de la automoción en España era desolador. En estos años no circulaban muchos coches, aunque sí algunas motos. En los 50 por nuestras carreteras y calles comenzaron a proliferar toda clase de extraños vehículos rodantes: los coches con gasógeno, que conllevaba la instalación de sistemas de combustión en los coches que eran muy voluminosos y además tenía un escaso poder energético.
Al final de los años 50 llegó el momento en que había que crear un vehículo pequeño, sencillo de bajo consumo… y es cuando se diseñaron los Biscuter, Isseta, PTV, eran coches que no alcanzaban más de 75 km por hora y que para aparcar, como en el caso del Biscuter, el conductor tenía que hacer un gran esfuerzo manual, realmente era como una moto, pero con una rueda más, estos coches fueron la representación todavía de una época de estrecheces y penurias,
Otro de los vehículos populares que apareció en escena en esta época fue la Vespa, que resultaba adecuada a todo tipo de clase social y para ambos sexos. Era un vehículo ideal para los desplazamientos rápidos de hombres de negocios, profesionales, médicos que podían acudir a sus citas perfectamente arreglados. En los primeros años de vespa, los conductores se ponían unos ceñidores en las bocas de los pantalones para no mancharse de grasa mientras conducían la moto. También estaba el modelo de vespa con sidecar que permitía viajar a 3 personas y esa tercera rueda de más le daba una mayor estabilidad a la moto. Una de las cosas curiosas era como montaban las mujeres en la moto, de forma transversal para no enseñar más de lo debido, con las piernas muy juntas, ya que no estaba bien visto que la mujer usara pantalones como los hombres y también hay que recordar como montaban a los niños: de pie sujetos del manillar con las manos.
En la España de estos años, el hecho de tener coche era todo un lujo, por lo que solicitar un 600, también. Las largas listas de espera tampoco ayudaban a que fuera el vehículo del español medio. Ya en 1973, con un salario mínimo interprofesional según el BOE de 5.500 pesetas, comprarse uno de los últimos Seat 600 fabricados suponía casi el sueldo de todo un año!!!.
Esto contrastaba con los “Haiga” , modelos de coche de marcas como “Dodge, Cadillac, Packard, Buick o Chevrolet”, que pertenecían a los nuevos ricos que habían forjado su fortuna con el mercado negro y el estraperlo y como la mayoría eran ignorantes y muy fanfarrones, cuando iban a comprarse un coche siempre pedían “ el mejor que haiga”. De ahí que acabaran comprando principalmente un automóvil de exportación y de gran consumo, que llegó a conocerse bajo el término peyorativo: «coches Haiga».
La mayor parte de las personas se sacaban el carnet muy fácilmente .Te examinaban sólo viendo cómo conducías, sin acompañarte dentro del coche y en algunos casos hasta te regalaban “el carnet”. Y qué pocas medidas de seguridad vial había (La DGT se creó en 1959)!. Los niños podían viajar en el asiento delantero sentados al brazo de sus madres, no se utilizaba el cinturón de seguridad, no había apenas controles de carretera. Seguro que os suena alguna historia de cómo en un 600 se metían 6 personas más el perro, la botella de butano, las maletas y trastos que se llevaban en la baca instalada para tal efecto cuando se hacía algún viaje, especialmente en vacaciones, que era cuando se trasladaba toda la familia… ¡los que tenían suerte de tener vacaciones y coche!.
Hoy vamos a retroceder en el tiempo mientras leemos cómo se divertían en su juventud María, Fina, Antonio, Raquel, Lola, Pepita, Marita y Amparo.
España estaba casi recuperada de la guerra. Las fiestas tanto en la ciudad como en el área rural volvían para que la población se distrajera. Los jóvenes en los pueblos iban a las verbenas que se organizaban en la plaza mayor y que acababan casi siempre con con el baile de “La cucaracha”, “La raspa” o “La conga” sin olvidar el “Tiroliro” y “Rascayú”. En las ciudades se acercaban a las salas de baile o bien hacían sus propios guateques que requerían de dos elementos fundamentales: que la casa fuera de uno de los chicos del grupo (tenía que disponer de un “pickúp” (tocadiscos)) y también que hubiera una sopera o barreño para hacer alguna mezcla de bebidas. Era un gran momento para poder “ligar”, conocerse e intimar, aunque como dice María “había mucha pillería” y los chicos se arrimaban demasiado. Los jóvenes preferían ese ambiente mucho más recogido para así poder estar bailando agarrados a las chicas sin ser controlados tan de cerca, tenían que ingeniárselas para «esquivar» las miradas de los padres y los hermanos mayores para poder acercarse a su pareja y estar solos…
En Valencia la zona comprendida entre el Ateneo Mercantil y la calle Coronas era donde se reunía gran parte de la juventud de Valencia. Antonio nos cuenta, con una amplia sonrisa, que a ese lugar de encuentro le llamaban el “tontódromo”, y añade que por aquel entonces se inauguró una de las salas de baile más antiguas de Valencia, Mogambo y más tarde, Chacalay, un bar inglés que tenía una pequeña pista donde tomaban copas y bailaban los jóvenes más o menos finos de entonces. Los más atrevidos podían dar rienda suelta a practicar los pasos de “fox trot” y “mambo”, emulando cualquiera de los bailes de Fred Astaire y Ginger Rogers en una pista de baile de grandes dimensiones que había en el balneario de Las Arenas.
En estos años se promulgaron unas “Normas de decencia”, que eran inflexibles con el “baile agarrado” pero que nunca hizo mella en el baile regional o folklórico, a las chicas de Coros y Danzas de la Sección Femenina sólo les hicieron ponerse pantalones cortos debajo de las faldas y llevar medias hasta en verano…
El baile agarrado era considerado como uno de los más mortíferos inventos de Satanás y un serio peligro para la moral cristiana. Era muy típico ver carteles contra este tipo de bailes puestos en todos los lados. Estos carteles representaban a un chico o a una chica bailando con una figura masculina o femenina, caracterizada de diablo. Debajo, una advertencia que decía: “Joven… diviértete de otra manera”. El efecto, más que disuasorio, era muy cómico y todavía lo es más visto hoy en día.
La diversión del baile en muchos casos era un claro tortuoso camino que la juventud de la postguerra española tuvo que pasar hasta llegar al altar ya que era un medio de socialización y relación en una España muy encorsetada.
Hoy en día tenemos muchas más opciones y no tanto moralismo, nada comparado con aquella época. La sociedad actual es más abierta y natural. Actualmente, ligar es mucho más directo: se piden el número de móvil o se mandan un «whatsapp», pero en la época del guateque todo era mucho más laborioso, y nos hacíamos de rogar mucho porque todo era pecado».
El 20 de julio de 1969 fue un día muy importante para el mundo, tras el alunizaje del módulo Eagle, de la misión Apolo11, Neil Armstrong y Edwin Aldrin serían los primeros hombres en pisar la superficie de la luna. La frase pronunciada por Armstrong, «un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la Humanidad», forma parte de la Historia.
La llegada del hombre a la luna se transmitió en directo y eso que en España no todo el mundo tenía un televisor en su casa, no como ahora que hay dos o tres e incluso casi una tv por habitación. Se calcula que 600 millones de personas lo presenciaron, en los hogares españoles tuvieron que aguantar despiertos hasta la 1 de la madrugada sentados frente a la televisión que era en blanco y negro y con el problema de que además no emitía si no a determinadas horas y tampoco tenía cobertura para toda España, por falta de infraestructura. Así que en muchos pueblos no se pudo seguir en directo y conocieron el hecho a través de la prensa o en el “nodo” que se emitía antes de las películas en el cine.
¿Cómo recuerdan ese día Marita, Julia, Ángela, Mercedes y Nati? Todas coinciden en que fue un hecho que les impactó, que conmocionó a la sociedad española y abrió pequeños debates en la calle, en la familia, especialmente en los más mayores que eran los que menos creían esta hazaña, era algo que se les escapaba de la realidad y recuerdan especialmente el tono de incredulidad y burla, tan típico de los valencianos que se respiraba en la calle al día siguiente de producirse este hecho histórico.
De hecho, a raíz de este acontecimiento comenzaron a circular bulos que hoy forman parte de una leyenda urbana que sigue circulando todavía a cerca de si fue real o no la llegada del hombre a la luna.
Lo que más emocionó a Marita era lo bonita que se veía la tierra en la televisión desde tan lejos y pensaba en cómo se sentirían los astronautas pensando en si volverían de nuevo a sus casas. Ángela aguantó toda la noche pegada al televisor y eso que las imágenes de la retrasmisión se veían bastante mal y había mucho ruido de fondo. Le llamó la atención lo lento que se movían los astronautas y la claustrofobia que debía de producirles el traje.
Realmente fue un acontecimiento único a nivel mundial y todavía mucho más en un país como España muy atrasado en algunos aspectos. El mundo se paró por un momento: hombres, mujeres y niños nos pusimos a mirar la luna, los astronautas descendieron del módulo espacial y la pisaron que no es poca cosa. Lo curiosos del tema es que ya no hubo más expediciones tripuladas
Estaremos expectantes en la próxima misión de la agencia espacial, el programa aurora, un alunizaje tripulado en 2020. No sabemos si los sentimientos de emoción serán los mismos, pero lo que sí creemos es que se vivirá de otra forma, empezando porque lo !!
En los años 50 el mercado era un centro de encuentro de las personas, que iban no sólo para hacer sus compras, sino también para intercambiar noticias, tanto locales como foráneas. Muchas veces se acudía al mercado también en busca de un trabajo.
En numerosos barrios de Valencia funcionaban ya mercados de relativa importancia: Mosén Sorell, Serranos, Ruzafa, Jerusalén, Colón, el Cabañal …
Eran unos años donde se empezaba a salir de la posguerra y aún había escasez de muchos alimentos en el mercado. Normalmente as personas hacían la compra diariamente, ya que conservar los alimentos era un problema en la mayor parte de las casas, no había neveras. Los puestos no tenían que ver con los que hay en la actualidad, especialmente los de carnes, embutidos y pescados. Y qué decir de cómo se manipulaban los alimentos!… Fina recuerda que los carniceros no usaban el guante metálico para cortar la carne y que las piezas de carne estaban expuestas sobre el mostrador, sin ningún cristal que los separara del público, y que el papel para envolver en algunas paradas de fruta, verdura o de granos, era de periódico, ni tan siquiera de estraza…
Los artículos que se vendían en los puestos eran productos de temporada, todo estaba recién llegado directamente de la huerta, de las barcas de pesca o del matadero municipal. A nadie se le pasaba por la cabeza que se pudieran comprar cerezas o fresas fuera de temporada. Los productos eran de primera necesidad, había muy poca variedad. Sólo llegaban “algunos productos especiales” en fechas tan señaladas como la navidad, el mercado en esas fechas se engalanaba de forma especial , era el momento de hacer un extra para las comidas en esos días de reuniones familiares.
En los alrededores del mercado hasta avanzados los años sesenta era frecuente observar en las calles unos corrillos de gente que se formaban en torno a la figura de quien era conocido como “el charlatán”. Vendedores ambulantes con una verborrea especial que ofrecían peines, crece pelos, relojes, carteras de bolsillo, navajas, maquinillas y hojas de afeitar y un extenso surtido de productos que gracias a la forma de ofertarlos los hacía apetecibles. También era muy normal la venta ambulante en las zonas más alejadas del mercado, era muy habitual ver a gente vendiendo pescado, “arrop i talladetes” o leche!!!
Fina recuerda que nació y vivió junto al Mercado Central de Valencia y dice de él que “Es uno de los lugares más privilegiados y el orgullo de Valencia.” Además la droguería de la lonja era de su padre. Lola y Enrique hacen referencia ala “Cotorra del Mercat Central”, coincidiendo en que la veleta es una clara alusión a la enorme y alegre algarabía comercial del mercado y a la tradicional verborrea de los vendedores y también, como no, a los cotilleos que se producían y se producen en estos lugares de encuentro.
Hoy en día el ambiente del mercado es muy distinto al de los años 50. Los supermercados le han robado ese protagonismo. Aunque hay que decir que poco a poco se intenta recuperar esa tradición, comprar en el mercado, además de un regalo para la vista, el olfato y el gusto, es una oportunidad de conversar con los comerciantes e incluso con los otros clientes.
En la década de 1950 España salía de la penuria, hay que recordar que la cartilla de racionamiento aún estaba vigente, se suprimió en 1952. Los españoles comenzamos a imitar el estilo de vida de los americanos y es entonces cuando aparecen los electrodomésticos en los hogares españoles. Eran los aparatos de “la vida moderna” que se colaron en las casas: la lavadora, la nevera, la plancha , toda una revolución y liberación para la mujer! porque especialmente era ella la que desarrollaba las tareas domésticas.
Las españolas de estos años se quedaban boquiabiertas viendo las cocinas espectaculares con tinte casi futurista, que se exhibían en las películas americanas de Doris Day y donde todo tipo de artilugios formaban parte del día a día de las amas de casas americanas contrastando especialmente con la gran austeridad de los hogares españoles
María y Lola nos cuentan lo que fue el cambio de la plancha de hierro con carbón a la plancha eléctrica, de cómo usaban 2 planchas, mientras una estaba al fuego, planchaban con la otra para no tardar tanto tiempo en la tarea. Para ellas fue una gran mejora la llegada de la plancha eléctrica y eso que no siempre había energía eléctrica en las casas, era una época de grandes restricciones energéticas.
Existían, también, muchos prejuicios de las personas mayores, respecto a estos aparatos eléctricos, ya que no tenían la misma protección que existe ahora y por tanto estaban muy expuestos a percances.
Pronto se convirtieron en objetos deseados especialmente por las mujeres, el perfecto regalo de cumpleaños para el ama de casa, tal y como nos cuenta Felisa, cuando compró su nevera sintió una emoción indescriptible cuando se la llevaron a casa, por fin se desprendía de la nevera de hielo y de ir a comprar las barras de hielo a la fábrica que tenía cerca de su casa. Y qué decir de la lavadora, que marcó un antes y un después en los quehaceres domésticos. Atrás quedaron los tiempos en los que era necesario restregar, fuertemente con los nudillos, la ropa en una tabla de lavar o acercarse al lavadero más próximo o al río para poder limpiar la ropa, las mujeres se machacaban las manos, uñas y espalda. Antonio recuerda cómo se hacía el jabón en las casas con agua destilada, aceite usado y sosa, era una forma de ahorro y muy utilizado en las casas.
Los electrodomésticos hicieron nuestra vida más cómoda, pero también nos obligaron a endeudarnos hasta las cejas. La gran mayoría de familias «compraba a plazos”, entrábamos en la era del consumo que se apoderó de muchos hogares españoles.
Cuando Mª Teres, Ángela, Mercedes, Enrique o Antonio nacieronno existía la televisión. Han vivido el nacimiento de un montón de fenómenos sociales, quizá una de las más importantes sea… la televisión
La televisión fue un invento que revolucionó todos los hogares y modificó el ocio de la familia, además se convirtió poco a poco en un electrodoméstico imprescindible. A principios de los años 60 adquirir una tele era un lujo al alcance de unos pocos, la situación económica no lo permitía. Si echamos la vista atrás vemos que en 1959 comprar un televisor costaba 30.000 pesetas ( con esta cantidad podías amueblar una casa de 4 habitaciones) .
Hasta que se compraba una tele para casa, se compartían veladas con los vecinos que tenían tv, se frecuentaban los bares o los tele clubs que se crearon en todos los pueblos de España.
Muy pronto entraron en los hogares españoles: los intocables, Bonanza, escala en Hi fi, el Santo , el fugitivo, Herta franklin, un millón para el mejor, a través de la tele se siguió la llegada del hombre a la luna, los dibujos animados hacían sentar a los niños delante del aparato con la merienda nada más llegaban del colegio… podía considerarse como uno más en la familia.
La televisión era en blanco y negro y tenía bombillas dentro que cuando se fundían se veían rayas verticales y horizontales y había que avisar al técnico para que las cambiara, o como había que darle unos golpecitos para que la imagen saliera nítida. La televisión tenía 3 botones para los canales y otro rojo para encender y apagar.
¿Y quién no recuerda el canal UHF?, que era el segundo canal que se creó entrados los años sesenta y que no podías verlo en todas las ciudades y pueblos!!!
Hay que ver como la televisión ha sido clave en nuestras vidas! ¡ y eso que realmente pensamos que sólo cuentan batallitas!
La televisión ha evolucionado como lo ha hecho la sociedad. Hoy en día observamos guerras en directo, nos meten en la vida de los demás con esos realitys difíciles de digerir. El telespectador tiene un grandísimo puñado de canales para elegir y el mando a distancia con el zapping se ha convertido en protagonista.