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El baile

  • Publicado el

    24 de julio de 2014

Hoy vamos a retroceder en el tiempo mientras leemos cómo se divertían en su juventud María, Fina, Antonio, Raquel, Lola, Pepita, Marita y Amparo.

España estaba casi recuperada de la guerra. Las fiestas tanto en la ciudad como en el área rural volvían para que la población se distrajera. Los jóvenes  en los pueblos iban a las verbenas que se organizaban en la plaza mayor y que acababan casi siempre con con el baile de “La cucaracha”, “La raspa” o “La conga” sin olvidar el “Tiroliro” y “Rascayú”. 
En las ciudades se acercaban a las salas de baile o bien hacían sus propios guateques que requerían de dos elementos fundamentales: que la casa fuera de uno de los chicos del grupo (tenía que disponer de un “pickúp” (tocadiscos)) y también que hubiera una sopera o barreño para hacer alguna mezcla de bebidas. Era un gran momento para poder “ligar”,  conocerse e intimar, aunque como dice María “había mucha pillería” y los chicos se arrimaban demasiado. Los jóvenes preferían ese ambiente mucho más recogido para así poder estar bailando agarrados a las chicas sin ser controlados tan de cerca, tenían que ingeniárselas para «esquivar» las miradas de los padres y los hermanos mayores para poder acercarse a su pareja y estar solos…

En Valencia la zona comprendida entre el Ateneo Mercantil y la calle Coronas era donde se reunía gran parte de la juventud de Valencia. Antonio nos cuenta, con una amplia sonrisa, que a ese lugar de encuentro le llamaban el “tontódromo”, y añade que por aquel entonces se inauguró una de las salas de baile más antiguas de Valencia, Mogambo y más tarde, Chacalay,  un bar inglés que tenía una pequeña pista donde tomaban copas y bailaban los jóvenes más o menos finos de entonces. Los más atrevidos podían dar rienda suelta a practicar los pasos de “fox trot” y “mambo”,  emulando cualquiera de los bailes de Fred Astaire y Ginger Rogers en una pista de baile de grandes dimensiones que había en el balneario de Las Arenas.

En estos años se promulgaron unas “Normas de decencia”, que eran inflexibles con el “baile agarrado” pero que nunca hizo mella en el baile regional o folklórico, a las chicas de Coros y Danzas de la Sección Femenina sólo les hicieron ponerse pantalones cortos debajo de las faldas y llevar medias hasta en verano…

El baile agarrado era considerado como uno de los más mortíferos inventos de Satanás y un serio peligro para la moral cristiana. Era muy típico  ver carteles contra este tipo de bailes puestos en todos los lados. Estos carteles representaban a un chico o a una chica bailando con una figura masculina o femenina, caracterizada de diablo. Debajo, una advertencia que decía: “Joven… diviértete de otra manera”. El efecto, más que disuasorio, era muy cómico y todavía lo es más visto hoy en día.

La diversión del baile en muchos casos era un claro tortuoso camino que la juventud de la postguerra española tuvo que pasar hasta llegar al altar ya que era un medio de socialización y relación en una España muy encorsetada.

Hoy en día tenemos muchas más opciones y no tanto moralismo, nada comparado con aquella época.  La sociedad actual es más abierta y natural. Actualmente, ligar es mucho más directo: se piden el número de móvil o se mandan un «whatsapp», pero en la época del guateque todo era mucho más laborioso, y nos hacíamos de rogar mucho porque todo era pecado».


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