La escuela, aprendiendo a hacer “cuentas”
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Publicado el
16 de abril de 2014
Cuando echamos la vista atrás y recordamos los momentos más especiales de la vida, siempre hay un lugar especial para nuestra infancia. Y aunque la memoria a veces juegue malas pasadas, los días de colegio no se borran, se mantienen en nuestro recuerdo.
Hace poco, en una de las actividades que realizamos en Selegna, residencia para mayores de Valencia, comentábamos una noticia del periódico sobre un problema con la calefacción de un instituto. El texto puso a trabajar la memoria de nuestros residentes, que movidos por una especie de viaje en el tiempo comenzaron a recordar anécdotas de su época de estudiantes.
Ellos no tenían calefacción, ni muchas de las comodidades de las que disfrutan los niños hoy en día, pero la sonrisa en sus rostros demostraba que a pesar de todo recordaban aquellos días lejanos con nostalgia y mucho cariño
.Algunos datos a veces se les escapan, como el nombre del colegio en el que estudiaron, o a qué edad empezaron a asistir a clase, pero los pequeños detalles, como el plumier en el que llevaban los lápices o los nombres de sus profesores preferidos, se han quedado grabados en su memoria para siempre.
Es emocionante ver sus caras cuando recuerdan aquel plumier de madera, en el que guardaban los lapiceros y las gomas de borrar, y que tenía grabado el nombre de cada uno. O cuando cuentan que se pasaban el recreo jugando al sambori, a la cuerda, al diávolo o a la gallinita ciega. También recuerdan los castigos, por supuesto. Pero lo hacen sin ningún rencor.
En el colegio aprendieron a leer, a escribir y a “hacer cuentas”. Las niñas también aprendían a coser, a hacer vainica, a bordar… De buena mañana cogían la bolsa de tela, la cartera o el fardel y se encaminaban contentos a la escuela. Algunos llevaban uniforme, otros un babero blanco y otros simplemente vestían ropa de calle.
Las cosas no eran fáciles en aquella época. Cuando estalló la guerra, muchos padres no veían seguro que sus hijos fueran al colegio, y contrataron profesores para que les dieran clases en casa. Nuestra residente María, por ejemplo, tuvo que dejar de ir a su colegio de Ferroviarias porque una bomba lo destrozó.
La gente que vivía en el campo no lo tenía mucho más fácil. Muchas veces tenían que faltar a la escuela para ayudar a sus padres con los trabajos en el campo o en la casa. Pero todos salieron adelante, superaron los obstáculos y ahora sólo guardan recuerdos buenos de aquellos días. Su historia es un verdadero mensaje de optimismo y tiene que servirnos de ejemplo en los tiempos que ahora nos toca vivir.